Orden, formalidad, procesos bien definidos y atención impecable al cliente. Cuando pensamos en una empresa bien organizada y que lleva años en el mercado (“una gran empresa”), estas podrían ser algunas de las características que le atribuyéramos.
Pues en Bécal, un pueblo del estado de Campeche, que se encuentra en el municipio de Calkiní, encontramos un negocio familiar que cumple con todas esas características y que gira en torno a la fabricación de una artesanía: los sombreros jipijapa.
La familia del señor Eliodoro lleva ya varios años dedicándose al tejido de las fibras de jipijapa, con la que hacen sombreros y otros artículos como llaveros, adornos, tortilleros, etc. Pero a ellos no sólo los distingue la calidad de sus productos, sino también la amabilidad con la que tratan a las personas y la armonía que se respira en su lugar de trabajo.
El negocio que forja la unión familiar
Este trabajo ha pasado de generación en generación. Desde los más longevos del hogar hasta los más jóvenes están inmersos en la tradición de las artesanías hechas con la palma jipijapa: los mayores son quienes tejen y tiñen los sombreros, técnica que ya están enseñando a los de menor edad, quienes también se dedican a la comercialización, ayudan en algún proceso de la elaboración y explican a los interesados cómo es que crean la artesanía.
Y es que, la familia de Eliodoro recibe en su casa, donde también desarrollan su trabajo artesanal, a turistas que quieren conocer la forma en que se hacen las piezas con jipijapa. Ellos ya están acostumbrados al trato con las personas, lo notamos en la afabilidad con la que nos llevaron y la organización con la que presentaron cada uno de los pasos que siguen para fabricar un sombrero. Como si se tratara del mejor recorrido turístico, cada integrante de la familia tomó su turno para explicar lo que veíamos. Todos con una precisión que causaría envidia a cualquier organizador de eventos.
Nuestra llegada a Bécal fue como la de la mayoría de los foráneos: al darse cuenta de que no éramos del lugar, los comerciantes de sombreros (prácticamente todo el pueblo se dedica a eso) se agolparon en nuestro vehículo haciendo su labor de venta, pero nosotros ya sabíamos con quiénes dirigirnos.
Al llegar a la casa del señor Eliodoro, lo primero que hicimos fue cumplir con todas las medidas sanitarias que la covid-19 nos ha legado. Tras esto, empezamos el recorrido. Nos presentaron las palmas de las cuales obtienen su materia prima, “pero las pocas que tenemos aquí son sólo de muestra para los turistas, porque nuestro campo de jipipalma [así le llaman a la planta] está en otro sitio. Esto es sólo para que las conozcan”.
Luego, nos mostraron las instalaciones (limpias y en perfectas condiciones) en donde ponen a secar las fibras, una construcción con techo de palma y muros de materiales naturales con estuco; donde las tiñen, también una palapa en la que tienen un cazo al que añaden los tintes naturales (raíces, corteza, flores) para darle color a las fibras de la palma; y una especie de horno, en el cual ponen los hilos de la palma para hacerlos suaves.

Pero quizá lo más representativo de la fabricación de los sombreros jipijapa son las cuevas de piedra caliza donde se teje. La familia también cuenta con su cueva, a la que descendimos para que nos enseñaran cómo es que se van uniendo las fibras para hacer la pieza artesanal. Nos explicaron que este paso debe hacerse así porque las altas temperaturas de Campeche hacen imposible trabajar al aire libre. La humedad de la cueva permite manejar fácilmente las fibras, pues provoca que se mantenga la flexibilidad que en procesos anteriores se le dio.
Por último, nos mostraron la plancha que utilizan para darle forma al sombrero y la pequeña tienda en la que exhiben y venden sus artesanías.
De principio a fin, su profesionalismo se hizo notorio. Incluso, al momento de la compra, nos hicieron recomendaciones y fueron muy precisos en cada uno de los detalles de la comercialización. Hicieron mucho hincapié en que, si bien ellos contaban con medidas establecidas de los sombreros y con colores, no podían asegurar que todos los artículos entregados cumplirían con dichas características, pues son productos hechos a mano y ninguno es igual a otro.
Con esa calidez y formalidad, no es para nada raro saber que esta familia ha tenido hasta compradores extranjeros. “En los sombreros jipijapa se manejan 4 niveles de calidad. La primera, que es la más baja, es la de los sombreros que encuentras en casi cualquier lado. A partir de la segunda, la calidad es mucho mayor. Nosotros trabajamos desde la segunda y hemos hecho sombreros de tercera y cuarta. La calidad se mide por qué tan fina es la fibra: entre más delgada, mejor calidad”.
Nos fuimos de Bécal con una sonrisa en el rostro: precisión, orden, calidad, conocimiento profundo de lo que hacen, experiencia… ¿A quién no le gustaría colaborar con personas así?
Si te interesa adquirir un sombrero jipijapa tejido por la familia de don Eliodoro, visita nuestra tienda virtual. No olvides seguirnos en Facebook e Instagram para conocer más historias de nuestros artesanos.
