Son los pobladores del desierto sonorense. Los “hombres de arena” o seris (eso es lo que significa dicho término en lengua yaqui) han habitado el territorio mexicano desde tiempos anteriores a la conquista española. Y a pesar del paso del tiempo y las persecuciones que como comunidad han sufrido, se mantienen en pie. Su fortaleza física, su cultura y el conocimiento que tienen de su tierra, la cual saben aprovechar sin sobrexplotarla, les ha permitido resistir los embates del hombre blanco.
Ellos se llaman a sí mismos konkaak o comca’ac, lo cual quiere decir en su lengua “la gente”, y en la actualidad están asentados en dos localidades de la costa desértica del estado de Sonora: Desemboque, municipio de Pitiquito, y Punta Chueca, municipio de Hermosillo.
Aunque periódicamente, y de acuerdo con los ciclos de pesca, “radican también en diversos campos pesqueros distribuidos a lo largo de su territorio de aproximadamente 100 km de litoral. El territorio konkaak comprende un área aproximada de 211,000 hectáreas al nivel del mar, y está integrado por una parte continental y por la isla de Tiburón”, señala el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas.
Historia de la comunidad seri
Antes de la llegada de los españoles, los seris vivían en un área más extensa, la que hoy comprende catorce municipios de Sonora. Esto sucedía porque eran un pueblo nómada cuya movilidad giraba en torno a los recursos acuíferos y a los ciclos de la flora y fauna.
Se cree que estaban organizados en seis bandas, divididas en clanes; y aunque no existía un jefe como tal, sí nombraban al individuo más capacitado para dicha función en épocas extraordinarias, como la guerra o en momentos de escasez de recursos. Asimismo, la mujer tenía un papel importante en la comunidad, pues se encargaba de la recolección que garantizaba el sustento diario, por lo cual estaban organizados en clanes de estructura matriarcal.
Tras la llegada de los conquistadores europeos, los seris fueron de los pocos pueblos que mantuvieron por más tiempo su autonomía y cultura. Esto se debió a que no eran, precisamente, una comunidad que los españoles pudieran aprovechar: los recursos de su territorio no eran fáciles de obtener, no tenían riquezas acumuladas, no producían lo suficiente para hacer redituable la conquista y eran inútiles como mano de obra para cultivar y servir, ya que desconocían esas actividades.
El principal lazo que tendieron con los extranjeros se dio con los jesuitas, quienes intentaron evangelizarlos y enseñarles técnicas de agricultura; sin embargo, la comunidad decidió regresar a sus actividades en el desierto, lo que provocó que se les tachara de belicosos y de que se dedicarán al robo.
Los comca’ac nunca fueron evangelizados ni conquistados formalmente; pero sí, poco a poco, fueron confinados a la parte más inhóspita de su territorio, su número decreció y fueron obligados a aceptar intercambios que muchas veces no los favorecían con los colonizadores.
Así pues, los españoles y los mexicanos, más tarde, reaccionaron ante ellos con políticas de exterminio, lo que llevó al aniquilamiento casi total del grupo. Fue a lo largo de los dos primeros tercios del siglo XIX cuando sufrieron la mayor persecución en manos de soldados y rancheros mexicanos.
Los pocos que lograron sobrevivir se asentaron en Isla Tiburón, que ahora es considerada como tierra sagrada para los seris; sin embargo, la escasez de agua y animales para la caza, además de diversas enfermedades provocaron que abandonaran su refugio y regresaran a tierras continentales. Desde ese momento, incursionaron en el intercambio comercial y el uso del dinero.
Pero fue hasta 1970 que el gobierno mexicano reconoció su territorio (aunque en 1936 ya habían recibido apoyo para su organización en cooperativas), declaró el Canal del Infiernillo como zona de pesca exclusiva seri y les otorgó simbólicamente como posesión comunal la isla Tiburón, decretada a su vez como zona de reserva ecológica.
Hasta hoy, la pesca es la principal actividad económica de los seris, a la cual se añade la producción artesanal, que comprende la elaboración de tres distintas artesanías:
- Figuras talladas en madera de palo fierro, actividad que se inició en los años 60, como respuesta a un momento crítico para la tribu, en el que era necesario idear nuevas fuentes de ingreso.
- Coritas, artesanía hecha desde la época prehispánica y que comprende una tremenda laboriosidad, pues la creación de una pieza pequeña puede llevar meses, mientras que la de una grande, de uno a dos años. Por eso, son comercializadas a un costo más elevado que sus otros productos.
- Collares, que se elaboran con caracoles, conchas, vértebras de víbora de cascabel y de pescado, semillas y, últimamente, también con chaquira.
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