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Paquimé, la ciudad concebida para los hombres del desierto

Cuando pensamos en las civilizaciones prehispánicas vienen a nuestra mente grandes ciudades fortificadas, con sus majestuosos centros ceremoniales y rodeadas de vegetación. Sí, ese era el ambiente mesoamericano, que comprendía gran parte de México, así como a algunos países de Centroamérica; sin embargo, en el norte de la República Mexicana existe una ciudad construida en el desierto.

Sin tanta suntuosidad, los muros de Paquimé (que significa lugar de casas grandes) resisten al paso del tiempo, allá en el municipio de Casas Grandes, Chihuahua. Sobre ella, Juan Villoro dice en el programa “Piedras que hablan”, del INAH:

“El laberinto de adobe de Paquimé no fue concebido para los dioses, sino para los hombres. En esta ciudad, la principal épica fue la vida diaria”.

Y es que esta ciudad no se organizó alrededor de una gran pirámide dedicada a algún dios. La construcción, a la que seguramente se debe el nombre de Casas Grandes, es en realidad un masivo arquitectónico de uso habitacional hecho de barro, en el cual se emplearon moldes de madera que ascendían en hileras formando muros, los cuales eran cubiertos después con vigas y tierra apisonada. Se cree que estos pudieron haber tenido hasta 4 pisos de altura; aunque también pueden verse los vestigios de casas semisubterráneas, que los arqueólogos distinguen como la primera etapa de construcción del pueblo.

Su sistema hidráulico (aljibes, canales, acequias, drenajes y laguna de oxidación de desechos, que atravesaban las Casas a través de muros y pasillos para el manejo del agua), la conexión entre las Casas Grandes, que le da ese aspecto laberíntico a la construcción, y las puertas en T, por las que sus pobladores debieron haberse agachado para pasar y que se cree fueron un método de defensa para la ciudad, son otras de las características de este sitio. Aunque también resalta la construcción de un espacio para el juego de pelota, símbolo de fertilidad de la tierra.

El pueblo del desierto

Según se nos cuenta en la serie documental “Piedras que hablan”, la población de Paquimé, que llegó a contar con más de 2500 habitantes, no era como las de la región mesoamericana, que tenían un ejército para subyugar a otros, para reclamar tributo.

Los paquimenses llegaron de más al norte, de lo que ahora es el sur estadounidense, migraron en busca de una tierra para asentarse y dicidieron establecerse en la última pradera que encontraron entre la permanente sequía del norte y la próspera abundancia de Mesoamérica, que ya tenía a sus señores.

Paquimé no era un imperio; era un pueblo pacífico, con una economía agrícola y que se dedicaba también al comercio de diversos materiales, entre los que destacó la turquesa, proveniente de los yacimientos sureños de EUA.

Así que esta ciudad fungió como un punto de encuentro en las rutas comerciales entre Aridoamérica y Mesoamérica; pero también representó una coexistencia entre las civilizaciones sedentarias y nómadas.

Ellos lograron lo que para muchos podría considerarse inviable: “Un esplendor doméstico en medio de la nada”, según palabras de Villoro, pues se adaptaron a un medio inhóspito y aprendieron cómo sacarle el mayor provecho.

Y es que tan sólo imaginemos que nuestro mayor enemigo es el clima. El calor extremo, el sol quemando la piel, apenas algunos oasis formados por una cantidad contada de árboles, la sierra elevándose por encima de nuestras cabezas, con esas cuevas a las que también los paquimenses tomaron como hogar. Por cierto, la única forma de comunicación a larga distancia, entre la ciudad y estas cuevas que formaban parte de su civilización (situadas a más de 50 km), eran las señales de humo.

Pero incluso así, este laberinto en la arena se mantuvo en pie del año 600 al 1450 d.C., hasta que repentinamente fue abandonada. Las teorías sobre el porqué del abandono son varias, pero ninguna parece dar una respuesta satisfactoria.

La herencia de Paquimé

No sólo los vestigios de las Casas Grandes y de las construcciones que realizaron en las cuevas cercanas forman el recuerdo de lo que fueron los paquimenses. También, entre los restos humanos que los arqueólogos han encontrado en el sitio, se han hallado vasijas de cerámica, las cuales eran parte de las honras fúnebres: junto con el fallecido, se enterraba una de estas vasijas y otras ofrendas, casi siempre en las esquinas de las casas.

Sus diseños son muy característicos, por lo que es fácil reconocer el arte de Paquimé. Las figuras emblema son las grecas escalonadas y las guacamayas estilizadas, aunque en algunas otras también aparecen serpientes. Otro aspecto a resaltar son las formas antropomorfas que algunas vasijas tienen: son mujeres que reflejan algunos de los rasgos de los pobladores de la antigua ciudad.

“Cinco siglos después de haber sido abandonada Paquimé, los habitantes de la región han recuperado las técnicas de manufactura y el estilo de la cerámica de la cultura Casas Grandes, como una forma de identidad y generación de recursos”.

“Piedras que hablan”, serie documental del INAH

Son las artesanías que actualmente conocemos como Ollas de Paquimé, la herencia de este pueblo del desierto.

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