Arte y técnica manual son dos conceptos que confluyen en el término de “artesanía”. Y es que la pieza artesanal, al fin y al cabo, es una expresión artística del ser humano hecha de manera manual, que se relaciona con la cultura y la historia de un pueblo o una región.
Son objetos que prácticamente nacieron con el hombre y que han estado presentes en toda su evolución. Aunque no se puede dar una fecha precisa de cuándo y cómo surgieron, las artesanías han estado presentes en la historia desde que los humanos aprendieron a manipular y transformar materiales con fines utilitarios y decorativos.
Acciones como tallar madera, pulir piedras y crear pinturas con materiales naturales (flores, plantas, minerales, cortezas) podrían verse como los inicios de lo artesanal. Con el pasar de los años, estas actividades se tornaron mucho más complejas, debido a que los artesanos desarrollaron técnicas manuales o que se apoyaban en ciertas herramientas, las cuales eran muy específicas y que requerían tanto de habilidad como de precisión para ser llevadas a cabo.
Solo algunos lograron aplicar esas técnicas con maestría y así fue como nacieron los talleres, lugares donde el maestro enseñaba a uno o varios aprendices los pasos a seguir para crear. Y esta es una práctica que continúa hasta nuestros días… Sin embargo, con la llegada de la Revolución Industrial las cosas cambiaron.
Un valor que no se ha perdido
Hechas de materia prima natural y perteneciente a la región de sus creadores, las artesanías comenzaron a ser relegadas con la industrialización, pues mientras las grandes fábricas, llenas de obreros, producían cientos o miles de productos a velocidades vertiginosas, los talleres artesanales seguían creando con procesos manuales que no se distinguían por su rapidez de elaboración.
Las nuevas dinámicas productivas, económicas y de consumo hicieron que el objeto artesanal se alejara de la cotidianeidad social… Y antes de desaparecer entre la acelerada marcha de la industria, la labor artesanal encontró formas de permanecer “en procesos de identidad que posibilitan una estética particular diferenciada de lo industrial” (Suárez Gaviria, L. “Artesanía: Historia, concepto, y dinámica adaptativas a través de la cadena oro-joya”).
Así fue como, a pesar del creciente panorama industrial de los siglos XVIII y XIX, la artesanía no salió de circulación e incluso, se dieron algunos esfuerzos por el retorno a la producción completamente artesanal, esfuerzos que pretendían devolverle su valor al objeto, “no como mercancía, sino como cultura, negando por completo los procesos industriales” (Suárez Gaviria, L. “Artesanía: Historia, concepto, y dinámica adaptativas a través de la cadena oro-joya”).
Pero la velocidad adquirida por la sociedad moderna y la creciente demanda de bienes de consumo, vedaron el regreso a procesos artesanales. Había quedado claro que las formas artesanales de producción nunca lograrían satisfacer la necesidades de una sociedad en crecimiento.
Pese al triunfo de la industrialización, las artesanías siguen en pie hasta nuestros días, y lo que podría notarse como una desventaja para ella, en realidad es lo que las hace tan especiales. Y es que, a diferencia de los miles de bienes de consumo que las fábricas producen de forma vertiginosa, uno igual al anterior y al anterior y al anterior; las artesanías se caracterizan por su unicidad, originalidad, calidad de materiales y elaboración, su bajo impacto en el medio ambiente y por guardar en ellas todo un cúmulo de tradiciones.
Así que protegerlas de la piratería (la industria y su terco afán de replicar todo) y la desvalorización, que se da en forma del regateo, nos compete a todos.
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