De los millones de kilómetros cuadrados que comprende la República Mexicana (para ser exactos: 1,964,375 km2 de extensión territorial), solamente en una localidad del estado de Michoacán es donde se conoce y se lleva a cabo el arte de capulinear.
Capula, lugar de capulines, es la sede de la técnica que hace honor a su nombre y que es utilizada en la decoración de alfarería. Consiste en adornar piezas de barro por medio de la pintura de puntos finos de diversos tamaños, que unidos forman flores miniaturas, y éstas, a su vez, patrones, grecas o alguna otra clase de figura.
Con esta técnica, los artesanos decoran desde las más sencillas lozas (como las tan conocidas cazuelas de barro o las ollas para los frijoles) hasta piezas con patrones originales y de alta gama.
El trabajo de los artesanos que realizan el capulineado inicia con la forja del barro. Lo manipulan con sus manos y con piedras, las cuales utilizan como herramientas para moldear su materia prima, aunque algunos también usan el torno. A estas piezas las ponen a secar, las pulen, hornean y esmaltan, para darles ese brillo y acabado que las personas aprecian en el producto final.
El capulineado está inspirado en la flor del capulín, árbol característico del pueblo; por esa razón, los patrones y diseños que se pintan con los puntos tienen como base la figura de una flor. Para llevarlo a cabo, los artesanos emplean moldes con puntos (hechos con barro, clavos y alfileres) y pinceles de cola de ardilla.
Colores radiantes y libres de plomo, flores, animales y otros elementos de la naturaleza conforman los diseños de los artesanos de Capula, quienes fabrican desde ollas o cazuelas hasta vajillas completas, jarrones y molcajetes, una de las piezas favoritas de los compradores.
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